Dos hermanas

Una hermana
Esta tarde me he acordado de Carmen, de Antonio, de Pepe, de María y de su hija, porque parece que su peculiar infierno está más cerca de acabar (pese a los incidentes).
Pero especialmente de Pilar y de su vecina de arriba, la que leía entre cuerdas.
Un día a finales de agosto toqué en la puerta de Pilar, le conté por qué estaba en su barrio, en su rellano, en su casa... ¿Su respuesta? la misma que gastaba en la mirada: mitad impotencia, mitad rabia.
Me agarró fuerte del brazo y fue enseñándome por todo su bloque, hasta donde era buenamente accesible, los destrozos con los que convivía a diario... Las quiebras y rotos en las paredes y suelos, lo huecos por donde se le colaban las ratas y cucarachas, los tubos por fuera, y la basura de alrededor.
Me decía que no era normal convivir con semejante vergüenza, que en esta situación no le apetecía invitar a nadie a su casa, y que sus relaciones sociales no iban mucho más allá del rellano, que vivir así, era casi como no vivir... Y que aunque tuviese ya una edad, no iba a permitir que los de arriba les tomaran por tontos.
Pese a todo, la buena señora tenía un poder mágico para no perder la sonrisa, y sacar pecho del gazpachuelo tan rico que estaba haciendo.
Por eso, esta tarde en la redacción he esbozado una sonrisa, porque parece que un mejor futuro para Pilar y sus vecinos de Dos Hermanas, está más cerca.

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